Claro que los estados de San Luis Potosí, Tamaulipas y Nuevo León recibieron los mayores beneficios de los grandes volúmenes descargados, mientras en el resto, la lluvia pertinaz refrescó el ambiente, revivió ecosistemas y devolvió algo de alegría, aunque momentánea, a miles y miles de familias que esperan desde hace años, la normalidad de las precipitaciones.
Esta tormenta, que no alcanzó a desarrollar los vientos que le dieran la categoría de huracán, -y que bueno que así fue, porque trajo abundante agua con destrozos menores para la magnitud que tenia-, llenó las presas de esos estados y generó beneficios sobre todo ambientales en al menos otros siete del norte. Lo notable, además, es que la amplitud del fenómeno demuestra lo que los pronósticos de la Organización Meteorológica Mundial han indicado, en el sentido de que será una temporada mucho muy activa en el Atlántico.
El promedio histórico es de 14 huracanes por temporada en ambos océanos, pero ahora se dice que, por el mayor incremento registrado en las temperaturas del mar y la presencia del fenómeno de La Niña, en desarrollo, se podrán presentar en el Atlántico entre 17 y 25 eventos, pero imaginen con que frecuencia y magnitud se pueden dar en los siguientes meses, si el primero ocurre con una gran amplitud pocas veces vista, en un fenómeno que se queda en la categoría de tormenta.
Y por el Océano Pacífico se prevé menor actividad ciclónica, lo cual no es muy alentador, con 15 a 18 huracanes pronosticados, de los cuales 3 o 4 según los meteorólogos podrán alcanzar la máxima categoría e impactar las costas de nuestro país, sin embargo, a poco más de un mes de iniciada la temporada solamente se empezó a configurar un fenómeno de nombre Aletta, que muy rápidamente se desintegró cercano a las costas de Oaxaca, confirmando la menor actividad. De cualquier manera, sabemos que la mayor incidencia es a partir de agosto y hasta octubre.
No sé, pero me parece que siguen ocurriendo cada vez fenómenos inéditos que nos obligan hoy mas que nunca a reforzar todas las precauciones necesarias y medidas de prevención desde el sistema nacional, estatal y municipal de protección civil y como ciudadanos, para alertar y proteger a la población de posibles eventos de mayor desastre, aun cuando estemos ansiosos porque llueva y sigamos diciendo que es mejor que llueva, como sea, a que sigamos en sequía. Este meteoro ya causó los primeros cuatro decesos en el estado de Nuevo León.
Es claro, que el cambio climático esta provocando eventos de desastre que se están convirtiendo en la nueva normalidad y la tenemos que asumir, adaptarnos y sortearla combatiendo los impactos, buscando que provoquen los menores daños posibles y hacernos resilientes, es decir, mitigarlos y sobrevivir.
Pero sobre todo y en lo que esté de nuestro lado ser actuantes en este combate, como ciudadanos cooperar, contribuir y apoyar a los desprotegidos. Las condiciones extremas de frio, calor, lluvia, las sequias y la desertificación, son ya nuestro pan de cada día.
En cualquier caso, la larga espera, los cuantiosos daños en la economía y el desarrollo, la baja sensible en la producción alimentaria, el encarecimiento de la canasta básica, el deterioro en los niveles de auto sostenimiento de miles de familias que en la producción agrícola y pecuaria a baja escala tienen su sustento y todos los demás efectos que produce la sequia en nuestras regiones, así como las dificultades de acceso al agua de consumo humano por el agotamiento de las fuentes superficiales y la consecuente sobreexplotación o explotación intensiva de nuestros mantos acuíferos por parte de todos los sectores usuarios que tienen la posibilidad de acceder a la extracción subterránea, siguen agotando un recurso que la nueva normalidad nos muestra, que cada vez está mas fuera de nuestro alcance.
¿Que hacer ante este panorama?, pues lo que siempre se ha dicho pero que no hemos hecho lo suficiente; cuidar el agua, reutilizarla cuantas veces sea posible, aprovechar la lluvia y captarla para almacenarla o inducir su recarga en nuestros acuíferos, no solo en las presas, también captarla en las viviendas o en cualquier superficie adecuada y usarla racionalmente, no desperdiciar.
Invertir en más infraestructura de almacenamiento; en renovación de las redes de distribución que ya están obsoletas para evitar pérdidas por fugas; invertir en tecnología de uso eficiente en el campo y en la ciudad, reforestar nuestras cuencas, educarnos en apreciar lo valioso del agua, no tirar basura o desechos en las calles que finalmente contaminen los cauces y limiten la disponibilidad, en fin, todo ya se ha dicho, pero aún nos falta conciencia. La tormenta Alberto es un ejemplo para reflexionar.